
17/Diciembre/1890; En algún lugar de Inglaterra.
Bien es hora de dormir- dijo la madre a la niña.-¡No! -contestó está- ummm y ¿Ahora qué? pensó la madre.
Por todos es bien sabido que un niño pequeño con ganas de jugar, saltar, correr, chillar, cantar y demás rezumando energía por cada rincón de la casa es difícil de arropar con un buenas noches y a dormir, ¡que complicado es que sepan qué es lo mejor para ellos!, se dijo a sí misma.
Mientras pensaba que podría hacer mulló la almohada y sacó las sabanas para que su hija se acostase tal como tenía que ser. Pequeñas plumas revoloteaban por entre las sábanas, fugitivas del lugar donde debían estar ; la almohada. Así que con cuidado las reunió a todas y las colocó en un pequeño platillo para después sentarse en la cama e introducirlas poco a poco en el interior. ¿Cómo podría hacer que su hija durmiera sin quejas ni rechistes?se dijo durante un buen rato y al fin encontró la forma.
-Lucy, ven pequeña- La niña sentada en el suelo, junto al lado de su casita de muñecas y con un gran camisón de dormir estirado haciendo que sus piernecitas salieran por el hueco que formaba se levantó, desconfiada.
-¿Sabes por qué toooodas las almohadas que hay en las tiendas y que todo el mundo utiliza están rellenas de plumas ?.
La niña no pudo evitar sentir curiosidad acercándose a su madre y sentándose a la cama junto a ella.
-Porque las plumas son muy cómodas eso lo sabe cualquiera mamá.
-Pues no, por eso no es. Eso es lo lógico, lo que pensaría cualquier niña inteligente como tú, pero para saber la verdadera razón hay que remontarse siglos y siglo atrás a cuando los árabes tenían los filósofos par importantes y los matemáticos más inteligentes y podían hacer cosas increíbles.
No pudo crear mejor manera de captar la atención de su hija. Esta la miraba fijamente con la curiosidad refrejada en sus ojos y en la expresión de su cara y así siguió relatando:
-Pues bien, allá en el sur, en la región en la que vivían los reyes árabes hace cientos y cientos de años había inmensos castillos, cuyas habitaciones eran hermosamente decoradas. En un castillo en particular vivía un Rey muy apuesto e inteligente pero esto no impedía que se encontrara completamente sólo. De nada le servía todo cuento tenía pues no tenía con quien compartirlo y lo que es pero aún; se aburría muchísimo. ¿Te imaginas nadie con quien hablar, reír ni jugar?. Todo el mundo en palacio era muy serio, tan serio que algunos no conocían la risa.
-Pues bien, allá en el sur, en la región en la que vivían los reyes árabes hace cientos y cientos de años había inmensos castillos, cuyas habitaciones eran hermosamente decoradas. En un castillo en particular vivía un Rey muy apuesto e inteligente pero esto no impedía que se encontrara completamente sólo. De nada le servía todo cuento tenía pues no tenía con quien compartirlo y lo que es pero aún; se aburría muchísimo. ¿Te imaginas nadie con quien hablar, reír ni jugar?. Todo el mundo en palacio era muy serio, tan serio que algunos no conocían la risa.
-¿En serio mamá?.
-Tan en serio que un día el rey decidió hacer algo. Convocó a todos sus consejeros en una reunión que asombró a muchos. El problema principal a resolver era el gran aburrimiento y la desdicha que habitaba en cada rincón de su castillo. Preocupado por sus servidores exigió una solución en menos de una semana. Los consejeros no se lo podían creer ¿Qué podían hacer ellos?. Hablaron con alquimistas, astrólogos,físicos pero no encontraban solución alguna.
En la penúltima mañana antes del plazo a cumplir todos se reunieron en la sala principal del palacio;en corrillo discutieron, murmuraron nuevas ideas, pelearon por la estupidez de sus compañeros.... Temblaban ante la idea de poder enfurecer a su rey y por supuesto de fallarle.
De repente la puerta se abrió y el rey que pasaba por allí entró. No pudo evitar hacerlo pues el alboroto era considerable.
Las inmensas puertas se abrieron y ante ellos se erigió la figura de su soberano que entró a paso lento y decidido diciendo las siguientes palabras:
-¿Qué es eso que tenéis encima de la mesa?
Todos lo miraron aterrorizados para posteriormente mirar una gran mesa que se situaba a su izquierda:
-Oh mi rey- pronunció el consejero principal- no es nada es un simple saco con plumas de ganso.
-¿Un simple saco con plumas de ganso?- el Rey se acercó lentamente- ¿Y para qué sirve?.
El consejero compraba y vendía plumas de ganso y ese día ante la llamada urgente de sus iguales al palacio no le dio tiempo de dejar aquel gran y blanco saco en su hogar. Él había observado como sus hijas se divertían jugando con los sacos de plumones, poniendo toda su casa patas arribas. ¡Oh! ¡Cuanto se divertían y reían llenando su casa de alboroto y diversión!. Pensando en esto se le dibujó una sonrisa en su boca y por un momento se olvidó de todo lo demás. Al salir de su ensoñación en su mirada se reflejó la despreocupación de aquel que encuentra solución a sus problemas y así contestó al rey con la seguridad necesaria para ser convincente:
-Pues mi señor es el saco de la felicidad- Todos lo miraron conmocionados nadie sabía de lo que hablaba y temían por lo que iba a decir.
-¿El saco de la felicidad?-Preguntó el monarca.
-Sí mi señor, pero primero hay que coserlo- cogió agüja e hilo que por casualidad encontró encima de la mesa y cosió la parte por la que sobresalían los blancos plumones.-Ya está.
Mordió el hilo que sobraba y lo anudó en un extremo. Tras esto se acercó a los demás consejeros y alzando la almohada empezó a golpearlos a todos, puedes imaginar el susto que se llevaron y la cara de impresión del monarca; Todos gritaban pues no sabían lo que pasaba, había un consejero en especial que gritaba como un cerdo. Todos corrían entre una gran nube de plumones blancos iluminados por los rayos del sol que entraban por un gran ventanal.
La niña reía a carcajadas pues podía imaginar todo aquello que su madre le relataba. La madre imitaba los gritos de cerdito que el majestuoso consejero producía ante lo inesperado de la situación.
-Todos gritaban y corrían; ¡consejeros fofos, viejos y respetables corriendo como niños pequeños!¿imaginas?
-Tuvo que ser algo graciosísimo- dijo la niña riendo.
-Ya lo creo. Ante esto el rey se podría haber decepcionado pero ¡no! pues pensaba que todo estaba preparado y así se empezó a dibujar una sonrisa en la cara del rey. Incluso los criados que siempre tienen que guardar el decoro ante sus amos no pudieron evitar reír a carcajadas. El consejero al escuchar las risotadas de su señor se alegró y paró pues sabía que al fin habían encontrado la solución. Todos los demás, como él, se dieron cuenta de ello y no dijeron ni palabra ante tal hecho, es más vieron que sus preocupaciones desaparecían como la nube de plumones que se posaba ante ellos al ver cesado el alboroto.
-¡Pero que divertido!, ¡No me reía tanto desde que era pequeño!- dijo el Rey aún riéndose.
El consejero mirando a todos los demás sonrió y todos le devolvieron la sonrisa como muestra de gratitud.
Esa misma tarde el Rey decretó una nueva ley: Todo habitante del Castillo debería participar en una pelea de sacos de la felicidad al menos una vez cada semana pues rejuvenecía y alegraba el espíritu.
El consejero principal fue nombrado Conde y El Rey acabó casándose pues una bella mujer se enamoró de la felicidad que irradiaba. Él como muestra de amor y cariño hacia su esposa nombró a aquel saco de la felicidad como su bella mujer; Almohada.
-Ya sabes pues la verdadera historia de la almohada en la que posas tu pequeña cabecita todas las noches.
Rió y empezó a hacer cosquillas a su hija mientras esta se revolvía.
-Mañana te contaré otra historia pero sólo si te acuestas y descansas.
La niña ante la curiosidad de la historia que su madre le contaría la obedeció pues pudo más su curiosidad que su inquietud y así una madre más encontró un método con el que hacer que sus hijos se durmieran y soñaran con cosas bonitas.
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