sábado, 6 de noviembre de 2010

Los lucidos reinarán al otro lado.

Envenenado dramaturgo me siento, por los clichés que pudren la sociedad que escandalizada por su propia corrupción, suciedad, hipocresía, superficialidad.... camina día a día hacia el agujero negro que nos depara el futuro. No se si levantarme hoy, no se si despegar las sábanas de mi cuerpo que tras una larga noche de pesadillas no puede evitar nadar en un gran charco de sudor. Fluidos como los de cualquier otro; sudor pegajoso, sucio, negro, cargado de la animalidad de la que no puedo evitar escapar. Mis instintos yacen ahí, bajo la fina capa que me he creado en el exterior. Bajo lo que todos ven y perciben.
No puedo mostrarme tal y como soy, por que si lo hiciera, quizás me odiarías. No puedo hacer que el proscenio vibre por las risas que antes producían mi frívola e irónica ingeniosidad. Me niego a participar nunca más en este juego de clichés que se muerden la cola, de inercia de la vida que me hace escribir como quiero que me vean, como quiero que me sientan y no como verdaderamente me veo, veo, me percibo y percibo.
Esto supone mucho más que dejar de escribir, esto supone mucha más que dejar que la tinta de mi tintero se seque y que mi pluma se astille. Supone más que dejar de pisar un teatro. Esto supone, y no niego la evidencia, dejar de pisar esta metáfora de lo que un día alguien soñó, intento construir y en lo que falló; supone dejar la vida.
Me despido de ti, querida sindicalista con principios, luchadora de causas pérdidas. Te dejo aquel collar con el que te pinte en bocetos que pueblan las pareces de ilusiones y sueños quebrados, pero me llevo conmigo tu recuerdo, el recuerdo de mis dedos rozando tu perlada piel. El recuerdo de lo que pudimos ser y no fuimos.
Thomas Awfell.

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